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Alta Gracia. Donde la historia pasó… para quedarse.


Alta Gracia. Donde la historia pasó… para quedarse.

La ciudad de Alta Gracia suele pasar desapercibida para quienes buscan el disfrute de los ríos serranos, bajo el cálido sol del verano cordobés. No obstante, la ciudad no solo presenta hermosas postales serranas, sino que atesora sitios y personajes que hicieron historia.

Alta Gracia se emplaza en el Valle de Paravachasca, nombre con el cual los pueblos originarios denominaron a estas tierras de “vegetación enmarañada”. Si bien el crecimiento urbano ha acortado las extensiones de bosque nativo, el verde sigue siendo el color predominante de la ciudad. Los árboles añosos de veredas, plazas y parques la dotan de una atmósfera pintoresca, que combina la esencia de pueblo y el ajetreo citadino.

El-Parque-del-Hotel-Sierras-hoy

La ciudad se encuentra a solo 36 km de la ciudad de Córdoba, a 37 km de Villa Carlos Paz y a 50 km de Villa General Belgrano. Esta ubicación geográfica, tan próxima a los mayores centros turísticos de la provincia, no le han permitido jugar la suerte de una buena carta, sino que la ha relegado al papel de una ciudad de paso. Sin embargo, quienes se aventuran a recorrerla sin prisa descubren lo mucho que la ciudad tiene para ofrecer. Aquí la historia no siguió de largo, como lo vertiginoso e inevitable del paso del tiempo, sino que se perpetuó en testimonios que nos hacen pensar que Alta Gracia fue, en definitiva, la ciudad elegida por la historia.

Antiguamente estas tierras estuvieron habitadas por pueblos comechingones, que tenían la peculiaridad de ser los únicos nativos con barba de estas latitudes. Este rasgo tan peculiar ha despertado la curiosidad de muchos investigadores que han trazado hipótesis de lo más diversas. Incluso ha habido quienes vincularon las raíces de los comechingones con los pueblos vikingos (si, nórdicos), pero eso ya es otra historia.

Patrimonio-Jesuítico-de-Alta-Gracia

No es difícil imaginar la vida que los comechingones pudieron llevar en esta región, rica en frutos de la tierra y cursos de agua, bajo la bendición de un clima templado. Sin embargo, la llegada de los colonizadores trajo días turbulentos a sus vidas. Lamentablemente nunca más encontraron la calma. Las tribus del Valle de Paravachasca fueron entregadas en encomienda a Juan Nieto, considerado el primer propietario de estas tierras. A su muerte, su esposa se casó con Alonso Nieto de Herrera, quien en 1643 donó estas tierras a la Compañía de Jesús. En aquellos momentos se inició uno de los períodos más determinantes para el devenir histórico de la provincia de Córdoba. 

Alta Gracia albergó una de las estancias que los jesuitas erigieron en el interior cordobés para el sostén económico del Colegio Máximo, luego convertido en la primera Universidad de lo que hoy es Argentina y la tercera en Sudamérica. De seguro, el pasado y presente de Córdoba hubieran sido muy distintos sin la impronta cultural de los jesuitas. Aunque fueron expulsados en 1767, su legado perdura hasta nuestros días.

Galería-exterior-de-la-Estancia-Jesuitica-de-Alta-Gracia

Quienes visitan Alta Gracia tienen la posibilidad de conocer el casco de la Estancia Jesuítica, en cuyo alrededor se fue formando luego la ciudad. En lo que fue la residencia jesuítica hoy funciona el Museo Casa del Virrey Liniers. Pese a que el virrey, francés de nacimiento, pero a las órdenes de la corona española, vivió unos pocos meses aquí, hoy el sitio lleva su nombre, en memoria de quien fuera fusilado por contrariar la tantas veces recordada Revolución de Mayo. 

El Museo extiende a sus visitantes una invitación a viajar en el tiempo de la mano de quienes habitaron este suelo: nativos, negros, misioneros, militares, hombres y mujeres de a pie y, tal vez, masones. Un escudo con simbología masónica descubierto en una de las salas del museo es un disparador de unas cuantas teorías, mitad misterio, mitad realidad. 

El Museo Casa del Virrey Liniers es un sitio único. Transmite la magia de pensar en grande, como lo hicieron los jesuitas, pero también la fortaleza de quienes sobrevivieron al desarraigo, como los cientos de esclavos que levantaron sus muros a fuerza de voluntad. Recorrer la residencia, con su patio de honor rodeado de galerías en arcada y habitaciones con techos abovedados nos transporta al período colonial. Los ambientes permiten recrear mentalmente las escenas dramáticas de novelas históricas ambientadas en aquellos momentos donde se fraguaba una nueva nación, con el fervor propio de las pasiones humanas. Llaman la atención las numerosas habitaciones de la residencia, a pesar que en aquellos tiempos solo vivían 2 o 3 jesuitas. Gran parte de los espacios eran utilizados como almacén.

La estancia tenía una producción diversificada, si bien la principal actividad económica era la cría de mulas. Además se producían harinas, tejidos, velas, utensilios de cuero, herrería, entre otros productos. Quienes desarrollaban todas estas labores eran los esclavos negros. Se calcula que en Alta Gracia el número de esclavos rondaba las 300 personas. Ellos vivían en la Ranchería, hoy desaparecida.  Junto a la residencia, se encuentra la Iglesia Nuestra Señora de la Merced. Con su fachada barroca, es en sí misma una postal de la ciudad.

Casco-de-la-Estancia-Jesuítica-de-Alta-Gracia-y-su-iglesia

 

 

Cinco fueron las Estancias Jesuíticas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La de Alta Gracia es la única que conserva el paredón original de su emblemático tajamar, junto al cual funcionaba un molino harinero. El espejo de agua y el área parquizada que lo rodea lo convierten en uno de los sitios más lindos de la ciudad. Es muy concurrido por locales y visitantes para realizar el picnic de la tarde. 

El Reloj Público es otro de los monumentos representativos de Alta Gracia. Fue construido en tiempos de la Restauración Nacionalista. Su torre simboliza los distintos períodos históricos y, en cada esquina, recuerda a sus protagonistas: el indígena, el colonizador, el misionero y el gaucho. 

A unas pocas cuadras del Reloj Público se encuentra el histórico Hotel Sierras que nos permite viajar en el tiempo a la Belle Époque, la edad dorada de Francia, pero en su versión argentina. Inaugurado en 1908, el hotel albergó durante décadas a miembros de la alta sociedad, presidentes, monarcas y artistas. El edificio fue construido con materiales traídos de Europa, siguiendo las modas que imperaban en el viejo continente. Tenía capacidad para acoger a 400 huéspedes. Conserva en gran parte su fachada original, que denota un estilo arquitectónico inspirado en las villas inglesas. Su emplazamiento sobre una colina fue elegido para aprovechar al máximo las vistas hacia las sierras. 

Parque-del-Hotel-Sierras-(1)

En sus momentos de mayor esplendor, el Hotel Sierras tenía una activa vida social, que incluía bailes, tertulias y deportes como el criquet y natación. Pero también llegaron los días malos. Después de cerrar sus puertas en 1986, cayó en el abandono total, hasta que una cadena hotelera apostó a su restauración y reapertura. Hoy el Hotel Sierras está en funcionamiento. Su parque, que había sido diseñado por el célebre paisajista Carlos Thays para el disfrute exclusivo de sus huéspedes, es un espacio abierto al público. Constituye uno de los mejores sitios para disfrutar actividades al aire libre. 

Los huéspedes más habituales del Sierras Hotel eran familias de la élite de Buenos Aires. La llegada del ferrocarril había acercado a Alta Gracia al centro neurálgico del país, donde se tejían los hilos de su destino. El clima húmedo porteño era por entonces un serio agravante de las enfermedades respiratorias, mientras que se consideraba que el clima seco de Alta Gracia podría ser su mejor aliciente. Es así que el Hotel Sierras se convirtió en anfitrión de todos aquellos que viajaban desde Buenos Aires creyendo en el poder curativo del clima serrano. La bondad del clima hizo que muchos decidieron radicarse en Alta Gracia de manera definitiva. El sitio elegido fue Villa Carlos Pellegrini, uno de los barrios más pintorescos de la ciudad que bien vale la pena unas cuantas caminatas, entre sus chalets de estilo inglés y sus calles empinadas.

Entre las muchas casonas antiguas de “El Alto” -denominación con la cual se conoce la zona de barrios aristocráticos de la ciudad-  destaca Villa Nydia por ser una de las viviendas que cobijó los años de infancia de Ernesto “Che” Guevara. Sus padres habían decidido radicarse en Alta Gracia movidos por la esperanza que el clima seco de las sierras aliviara el asma que hostigaba, sin tregua, la salud de Ernestito. 

Museo-Casa-del-Che-Guevara-(1)

La Casa del “Che” Guevara se trata de un museo biográfico que recrea las distintas etapas de su vida, desde niño a revolucionario. No sabemos cuánto moldearon las vivencias y travesuras de su niñez el carácter de líder indiscutido en el cual se convirtió después. Lo que sí sabemos es que la pasividad a la cual lo había sometido su enfermedad la había convertido en horas interminables de lectura. No sorprende porque, al fin y al cabo, los líderes siempre son lectores. Más allá de los sentimientos encontrados que la figura del “Che” despierta, no se puede negar su carisma extraordinario, producto de la combinación prodigiosa de atractivo físico y profundidad intelectual, reflejados en una mirada. 

El-Tajamar-de-Alta-Gracia-en-otoño-(1)

Otros de los sitios que merecen una visita son los museos dedicados a importantes artistas internacionales que residieron en la ciudad, como el Museo Manuel de Falla y el Museo Casa Taller Gabriel Dubois. Para quienes prefieren el contacto con la naturaleza, el Parque García Lorca y los circuitos en bicicleta hacia el arroyo Los Paredones pueden ser excelentes opciones para disfrutar a pleno del afamado aire serrano de Alta Gracia.

Dicen que el tiempo es el mejor autor; siempre encuentra el final perfecto. En Alta Gracia el tiempo ha escrito capítulos fascinantes de historias que, por fortuna, aún no tienen final. 



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