Italia: ¿Por qué nos gusta tanto?
Por Melina Noel Mansilla especial para Revista Latitud
Pensar en Italia es pensar en el Coliseo Romano, las pizzas y las pastas, los canales de Venecia, la moda de Milán, el Arte de Florencia, los quesos y sus vermuts, las Ferrari y el Mundial 90. Sean cuales sean nuestros intereses personales, Italia es un país que nunca, nunca no es indiferente. Todo lo contrario, tiene para complacernos en lo que sea que nos llene el corazón y lo hace con una devoción implacable por el buen gusto y el placer excelso de la dolce vita.
Su gastronomía
Italia es la cuna de todo lo bueno que hay en la vida. Su gastronomía lleva décadas de perfeccionamiento y es destinataria del más acérrimo respeto por la tradición. Invitada de honor que se sienta a la mesa de las familias italianas y de quienes tienen la dicha de ser parte de este exquisito ritual.
Si bien parte de los platos más tradicionales del país se basan en la fórmula infalible de harina, tomate y queso, la alquimia de los italianos convierte este trinomio en platos deliciosos que son todo un símbolo del país. Efectivamente la pizza es el plato más popular del mundo y podemos disfrutarla en cualquier rincón del planeta. Sin embargo, no hay nada como degustar una pizza Margarita en su tierra natal, Nápoles.
Los sabores más puros de Italia, que llevan literalmente los colores de la bandera nacional (el verde de la albahaca, el rojo del tomate y el blanco de mozzarella de búfala) se funden en el paladar, recordándoles una vez más que las recetas solo funcionan cuando se las prepara con pasión, y en eso los italianos son expertos. Una masa fina y liviana posibilita que una pizza entera sea un plato individual, de modo que no se comparte entre comensales como sucede en otras latitudes.
Así que en Italia nos aventuramos a engullirnos una pizza completa, como acostumbran los locales. Vale decir, no obstante, que su tradición culinaria no se agota en pizzas y pastas, sino que el abanico de platos se extiende a centenares de opciones, muchas de las cuales forman parte de nuestro menú habitual, como el risotto, la ensalada caprese, la polenta, las albóndigas, las bruschettas, el vitel toné, el calzoni, el capuchino, el tiramisú y el popular fernet.
Su gente y su estilo de vida
El culto por la comida, el profundo respeto por la familia como institución, la elegancia y el buen gusto al vestir, lo apasionado de sus conversaciones, sus gestos exagerados con las manos y la musicalidad de su acento que los acompaña aun cuando hablan en otros idiomas son algunos de los rasgos distintivos de quienes han tenido la dicha de nacer en estas tierras y vivir su rutina cotidiana entre tesoros artísticos, monumentos históricos y lugares de ensueño.
Pero, de seguro, lo que más nos gusta de su estilo de vida es el “dolce far niente”, esa sana costumbre de disfrutar el mero placer de no hacer nada y dejar que el tiempo pase sin los amarres de las obligaciones ni las culpas. Aunque no sabemos si aquí radica el secreto de la felicidad, podemos estar seguros de que esta filosofía al menos reporta buenos momentos de bienestar que los italianos disfrutan dando un paseo por sus rincones citadinos favoritos, compartiendo un café o degustando la cremosidad de un gelato.
Nada mejor que dejarse llevar por el simple impulso de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, tal como lo practican los italianos, un pueblo que ha sabido reponerse con entereza a los capítulos más oscuros de su historia por la sencilla razón de que “la vida es bella”.
Nos gusta tanto Italia que le perdonamos el carácter algo irascible de su gente, la temeridad de los conductores al volante, el caos del tránsito y los estacionamientos, la impuntualidad y la imprevisibilidad de los servicios públicos. Estas particularidades de la vida urbana al estilo italiano siempre encierran alguna que otra anécdota que quedará grabada para la posteridad en los recuerdos de los viajeros.
La diversidad de sus ciudades
Si viajamos a Inglaterra, nos bastará con Londres. Si viajamos a Francia, nos bastará con París. Aunque “todos los caminos conducen a Roma”, cuando viajamos a la península itálica, sin lugar a dudas, la “ciudad eterna”, como se la conoce a su ciudad capital, será un infaltable, pero no será suficiente.
La historia de este territorio en forma de bota nos cuenta que la unificación de territorios comandados por diferentes reinos, ducados y feudos tuvo lugar en 1861 bajo la denominación del Reino de Italia, monarquía que décadas después fue sustituida por la República. No obstante, dicha unificación no opacó el carácter único de cada región. Cada una cuenta sus propias historias y demuestra la italianidad a su manera.
La riqueza cultural del país se percibe con claridad. No sorprende que Italia sea uno de los destinos del top ten de los países más visitados del mundo. Roma, Florencia, Milán, Nápoles, Venecia, entre muchos otros lugares, hacen de Italia un país fascinante. Sus ciudades no necesitan competir (todas se saben ganadoras) para atraer a millares de turistas y viajeros que arriban año a año al país sin necesidad de que se los llame.
Roma
La capital italiana acumula el encanto de más de 20 siglos de historia. Fragmentos de su pasado están materializados en monumentos magníficos encastrados en una encrucijada entre vías, pequeños callejones, plazas e iglesias. Cada rincón tiene algo que contar y arte para deleitar. Caminar por Roma es una experiencia inigualable. Es recorrer en primera persona los pasos de la historia.
Aunque hay retazos de la Antigua Roma en muchas partes de la ciudad, el Coliseo Romano se presenta como el monumento más representativo de aquel período resplandeciente que dio origen a la cultura occidental. Sin embargo, siempre que hay luces, también hay sombras, como el lema “pan y circo” a través del cual el gobierno romano rigió la vida de gran parte del pueblo que se congregaba en este recinto donde la violencia, paradójicamente, era un aliciente de otros tantos males.
«Cada rincón tiene algo que contar y arte para deleitar»
Las ruinas del Foro Romano, el Palatino y los mercados de Trajano complementan el conjunto, mientras que las lecciones de Historia que muchas veces se percibían aburridas en los años escolares, aquí reviven en la imaginación de los miles de visitantes que caminan este suelo que albergó grandes momentos del Historia Universal.
En el laberinto de vías y angostas calles medievales que caracteriza la traza urbana de Roma, se erigen numerosos monumentos renacentistas, iglesias de estilo ecléctico y plazas barrocas, como piezas de un rompecabezas que encastran a la perfección en el paisaje urbano. La ciudad es atravesada por el río Tíber. Aunque este no tiene la gracia de otros ríos que serpentean algunas ciudades europeas, si vale la pena una larga caminata por el Trastévere (“del otro lado del Tíber”), barrio que antiguamente acogía a los más pobres de la ciudad, hoy convertido en un vecindario de aire bohemio, repleto de escenas que transmiten la melancolía, tal vez ilusa, de que todo tiempo pasado fue mejor.
«Caminar por Roma es recorrer en primera persona los pasos de la historia»
Ninguna visita a Roma estará completa sin un paseo por la Piazza Navona para apreciar el arte en todas sus formas: restos arquitectónicos de un antiguo estadio romano que se conservan en sus alrededores; las majestuosas esculturas de la Fontana dei Quattro Fiumi que representan los cuatro ríos más grandes del mundo conocidos para la época (el Danubio, el Ganges, el Nilo y el río de la Plata) y constituye uno de los sitios más fotografiados de la ciudad; y las pinturas de numerosos artistas que se dejan seducir por la inspiración que emana este sitio tan singular para plasmar su arte ante los ojos de multitud de caminantes que pasean cada tarde por allí.
A unas pocas cuadras, la robustez del Panteón nos invita a regresar al Período Clásico y nos recuerda la devoción que los romanos guardaban a sus deidades al construir este tempo de proporciones perfectas. Es una joya de la arquitectura clásica que ha tenido la fortuna de sobrevivir casi intacto los avatares del paso del tiempo.
La visita puede continuar hacia la célebre escalinata de la Piazza di Spagna, rodeada de las tiendas de moda más chic. De más está decir que la cantidad y diversidad de museos, monumentos e iglesias de Roma amerita extender la estadía unos cuantos días. El Vaticano merece un capítulo aparte y un día completo de visita. Más allá de esto, ningún visitante abandona Roma sin antes arrojar una moneda a la famosa Fontana di Trevi, depositando en el destino la esperanza certera de que su regreso a la ciudad eterna será inevitable, como la añoranza de los buenos recuerdos.
Nápoles
Nápoles, junto al golfo del mismo nombre, tiene el encanto de las ciudades costeras bañadas por las aguas mediterráneas, en este caso, el Mar Tirreno. La ciudad se encuentra custodiada por el Vesubio, de cuya furia fue víctima la antigua Pompeya. La erupción volcánica del año 79 d.C. sepultó en lava y cenizas la vida de aquella ciudad. De sus testimonios derivan gran parte de los conocimientos que hoy tenemos sobre la Roma Imperial.
A pesar de que la ciudad conserva decenas de palacios e iglesias de distintas épocas, sus edificios más emblemáticos son el Palazzo Reale y el Castel Nuovo. Este último, construido como una fortaleza cuyas obras se iniciaron en el siglo XIII, cuenta con recintos bastantes lúgubres, propios de escenas medievales, que bien valen una visita. Más allá de sus numerosos atractivos, lo mejor de Nápoles es su carácter de ciudad caótica y desgarbada que concentra lo bueno (y lo no tanto) de la idiosincrasia italiana.
Es el mejor exponente de la cultura viva de un país, no la de su historia y sus monumentos, sino de la que se vive todos los días, en la cotidianidad. Hay algo de decadencia en su personalidad, con cierto aire ochentero, pero atemperada con el orgullo de quien rememora tiempos mejores. Ejemplo de esto es la veneración extrema que su gente siente aún hoy por Diego Maradona, a más de 30 años de llevar al Napoli a su momento de mayor gloria, hazaña que permanece intacta en la memoria de los napolitanos y se hace evidente al caminar las calles siempre ruidosas de la ciudad.
Florencia
“La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el Arte”, dijo Leonardo Da Vinci, hijo pródigo de estas tierras, donde la genialidad creativa rinde tributo a la belleza más excelsa que se inmortalizó en muchas de las obras de arte más grandiosas de la historia de la humanidad. Cuna del Renacimiento, la ciudad tiene en su haber el florecimiento de las artes en todas sus formas de la mano de artistas insignes, como Donatello, Brunelleschi, Botticcelli, Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel.
El poder político y económico de la dinastía de los Médici amparo bajo su manto protector un nuevo despertar de las Artes que marcó un antes y un después en la cultura occidental. Florencia albergó la creación de las obras maestras más célebres de Leonardo Da Vinci, con su misteriosa Gioconda, y Miguel Ángel, con la escultura del David, a quién solo le falta un soplo de vida para ser tan real como la gran rivalidad que existió entre estos dos artistas, rodeada de algunos cuantos misterios que retroalimentan el mito.
Lo prolífico del Arte florentino se encuentra contenido en los numerosos museos de la ciudad: la galería Uffizi, la Galería de la Academia, el Palazzo Pitti y el Palazzo Vecchio. Desde los zócalos hasta las cúpulas de cada sala el Arte es siempre el protagonista. La destreza y pericia de los artistas que llenaron con su inspiración estos recintos no dejan de generar gran admiración por parte de todos los visitantes.
“La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el Arte”
No es de extrañar que en Florencia surgiera lo que se conoce como el síndrome de Stendhal, sensación de ahogo, agotamiento y aceleración del ritmo cardíaco causado por la exposición a grandes bellezas artísticas. Si bien lo más probable es que no experimentemos ninguno de estos síntomas físicos, con seguridad sí sentiremos el espíritu lleno de gratitud de haber sido testigos, al menos por un momento, de la genialidad humana puesta al servicio del noble oficio de deleitar a otros.
Los espacios públicos no se quedan atrás en cuanto a obras de arte, como la Piazza della Signoria, custodiada por la fuente de Neptuno, en representación del dominio de Florencia sobre los mares de Europa en su momento de mayor esplendor, en cuyos alrededores se exhiben además conjuntos escultóricos que evidencian que la mitología romana fue por muchos siglos fuente de inspiración inagotable.
Sobresale en el perfil de la ciudad, la catedral Santa María dei Fiore, coronada con la famosa cúpula de Brunelleschi, quien resolvió con maestría técnica esta obra monumental única, considerada la construcción arquitectónica más importante de Europa erigida después del Imperio Romano. Junto al Duomo, se encuentra el Baptisterio de San Juan, con la Puerta del Paraíso, obra del escultor y orfebre Ghiberti, que reproduce en bajorrelieves 10 escenas del Antiguo Testamento.
Al atardecer, Florencia brilla bajo el sol de la Toscana, mientras que el río Arno se escurre con calma, entre destellos dorados, bajo las arcadas del Puente Vecchio. Dante Alighiere, otro hijo de estas tierras, escribió que no se puede separar el calor del fuego, ni la belleza de lo eterno. En la Toscana la belleza es una realidad que perdura por siempre.
Venecia
La ciudad entera parece un escenario montado para una película ambientada en tiempos de mercaderes, intrigas palaciegas y personajes que se ocultan tras máscaras brillantes en los días de Carnaval. La humedad que trepa por los muros sin piedad no menoscaba lo suntuoso de esta ciudad que flota sobre aguas del Mar Adriático, siempre al vilo de desaparecer presa de inundaciones de corrientes marinas y de turistas.
La encrucijada de pequeñas calles, pasadizos, canales y puentes llevan al visitante a perderse en espacio y tiempo. Pasado y presente se combinan bajo el sopor de sus aguas casi siempre oscuras que bambolean las góndolas amarradas en los embarcaderos, que aguardan a sus próximos pasajeros en un idilio romántico como solo se vive en Venecia. Ahora bien, un paseo en góndola es también una excelente oportunidad para aprender más acerca de la ciudad, ya que los gondoleros, siempre venecianos de nacimiento, reciben un estricto entrenamiento que incluye conocimientos profundos sobre la historia local, que comparten gustosos con los viajeros más curiosos.
Un recorrido por la Plaza y la Basílica de San Marcos, el Palazzo Ducale, el Puente de los Suspiros y el Gran Canal, atravesado cientos de veces en vaporetto, la versión de autobús acuático de Venecia, son los infaltables de cualquier visita a este conjunto de islas de la región del Véneto. Si el presupuesto lo permite, por qué no disfrutar de un café (la bebida favorita de los italianos y que consumen en cantidades ingentes) en el tradicional café Florian. El sitio mantiene la elegancia y la seducción de personalidades célebres que ha acogido en sus 300 años de antigüedad.
Y mucho más…
El repertorio de destinos de Italia no se agota en unas cuantas ciudades. Todo lo contrario, el catálogo de experiencias incluye el glamour de Milán, sus galerías con sus tiendas de las grandes marcas y su Duomo (catedral), que se asemeja a un edificio de bloques y agujas de hielo.
La famosa Torre de Pisa y las populares fotografías en los cuales los visitantes simulan sostener su estructura inclinada. La ciudad de Verona, con su arena casi intacta del tiempo de los romanos y el balcón de Romeo y Julieta, aunque la relación de este sitio con la obra shakesperiana es tan incierta como el final feliz que prometen las historias de amor.
Bolonia, Génova, Padua, Turín, Perugia, Siena, Palermo, Siracusa, entre muchas otras, configuran una lista sin fin de ciudades italianas con encanto propio.
Dicen que todo queda lejos cuando no se quiere ir. En contrapartida, Italia es un destino bien cercano a los afectos, aunque nos separen miles de millas. No importa cuántas veces hayamos recorrido sus ciudades, tenemos la fuerte convicción de que nos sorprenderá como la primera vez. Nos gusta tanto que siempre queremos volver. Al fin y al cabo, y para fortuna de los viajeros, siempre se vuelve al lugar donde se fue feliz.