La selva Amazónica: recorriendo su espíritu.
Por Luz María Villegas especial para Revista Latitud
Hace algunos años, viajando por Perú, conocí a un muchacho brasileño que platicando me habló de la selva Amazónica. Me parecía fascinante ese lugar y al mismo tiempo un sueño poder recorrer y conocer algo de su naturaleza.
En fin pasaron los años y de vez en cuando recordaba esa charla, hasta que en el 2018 tuve la oportunidad de viajar allá en compañía de unas amigas. Llegamos a Leticia, la entrada a la selva en Colombia, e iniciamos un recorrido de una semana.
Desde nuestro arribo al aeropuerto se apreciaba la selva, desde el aire solo se ve una selva espesa, sin carreteras ni caminos ni construcciones, y el serpenteante río. Al arribo nuestro guía ya aguardaba por nosotras, apenas salimos del pequeño y rústico aeropuerto, nos pidió que nos calzaramos unas botas de plástico, y así entramos a migraciones e inmediatamente nos llevó hacia Tabatinga, Brasil.
Allí cruzamos sin problema la frontera, solo nos enteramos de estar en Brasil cuando los letreros cambiaron de español a portugués. Dada la demora que hubo en la oficina de migración de Brasil ya no fuimos hasta la reserva Heliconias, pues el recorrido es de 4 horas por el río, así que hubo cambio de planes y en vez de eso nos dirigimos hacía otra reserva, la Flor de Loto.
Es una sensación extraña el navegar por ese inmenso e imponente río, pasamos por las tres fronteras imaginarias, es decir, Brasil, Colombia y Perú para finalmente llegar a Reserva Flor de Loto. Ahí disfrutamos de una bellísima puesta de sol, una deliciosa cena, a base de lo que la selva y el río ofrecen, peces y frutos exóticos.
Los siguientes días hicimos expediciones por la selva, observamos monos, diversas flores y frutos como la Victoria Regia, el loto más grande del mundo. También pudimos convivir un poco con las comunidades locales. Fue una hermosa experiencia caminar por entre la selva a pesar de los inclementes y molestos mosquitos.
Los safaris nocturnos para observar caimanes, las caminatas por la mañana para observar aves, también disfrutamos de las leyendas y creencias de los pobladores, como el mítico y mágico delfín rosado que se cree es un hombre hechizado y por las noches adquiere nuevamente su forma humana y se roba a las muchachas de los pueblos. A este animal también pudimos verlo en la casa Natütama en Puerto Nariño, donde se puede apreciar toda la vida de la selva durante la época de aguas bajas o aguas altas.
Nosotras visitamos la selva en época de aguas bajas por lo que en todos nuestros recorridos observamos puentes provisionales e incluso transitamos por ellos. Es impresionante la dimensión que toma el río durante las aguas altas. También fue impactante caminar a menos seis metros de profundidad del río. No podíamos imaginar como por la tierra firme por la que caminamos meses después sería parte del caudaloso río. Incluso los árboles conservan la marca de hasta dónde crece.
Sin duda es otra forma de vida, una noche en la Reserva Heliconias Brasil, nos despertó el sonido de los monos que jugueteaban sobre el techo de nuestra cabaña, igualmente durante las noches es todo un concierto de sonidos extraños o diferentes que al principio impiden conciliar el sueño. Una noche llovió a raudales; Primero el concierto de ranas y sapos fue intenso, después vino una fuerte lluvia que hizo que esa noche no pudiéramos dormir ni tampoco dejar de pensar en las historias que nuestro guía nos contó durante la cena sobre los espíritus de la selva.
En Perú tuvimos la suerte de conocer al mico león, un diminuto mono propio de ese lugar. Visitamos también el Santuario de los Monos en Moncagua donde se los cuida y protege ante la caza furtiva. En ese lugar se hacen investigaciones y se trabaja con la población para educarla respecto al cuidado del hábitat.
Disfrutamos volar por los aires en lianas al más puro estilo de Tarzán; aprendimos a tejer pulseras con fibras extraídas de los árboles de la región. En Puerto Nariño admiramos bellos murales y grafitis que representaban parte de su cosmovisión, como el delfín rosado, la victoria regia, los monos, el Pirarucú y los frutos de la zona. Por último conocimos el mercado de Leticia, donde pudimos observar a las temibles pirañas del Amazonas, un producto muy consumido en la región. En ese lugar probamos el Pirarucú, un pez de enormes dimensiones que puede llegar a medir más de dos metros.
En conclusión, El viaje a Leticia fue Una mágica y muy interesante aventura, donde aprendimos mucho sobre este hábitat tan extremo; como es la vida de la selva y sus interminables encantos.