Matavenero, un viaje en el tiempo
Por Ania Hess especial para Revista Latitud
Hay un lugar que es interesante para cada viajero. No sólo por su ubicación, sino también por su ritmo de vida, los valores y la forma de funcionar completamente diferentes.
Los habitantes de este pueblo viven como si el tiempo se hubiera detenido hace 30 años y, aunque utilizan la tecnología, no lo hacen con la frecuencia de otras ciudades o pueblos. Esta forma de vida alternativa suele ser difícil para algunos, aunque también propone un verdadero contacto con la naturaleza. Una vida así requiere disciplina y renunciar a muchas cosas. Algunos de sus habitantes no han salido del pueblo desde hace 20 años ni por un momento.
Cómo empezó todo
En el siglo XIX Matavenero pertenecía al desaparecido municipio de Alvares de la Ribera. El pueblo quedó deshabitado a finales de los años 60, hasta que en 1989 varias personas de distintas nacionalidades se establecieron en esta localidad y en la cercana de Poibueno, intentando crear lo que se han dado en llamar como aldea ecológica o Eco Aldea.
La idea de crear un pueblo había comenzado en el verano de 1988, durante la celebración en la campa de Fasgar, por encima de Colinas del Campo, del Encuentro anual Rainbow. Se había formado un movimiento internacional vinculado con comunidades alternativas, como la de Christiania en Dinamarca o la de Santa Bárbara en Alemania, herederas del pacifismo y el ecologismo hippie de los años sesenta.
Unos cuantos amigos se reunieron y leyeron una lista de pueblos abandonados en el periódico local. En las semanas siguientes, los visitaron y comprobaron que así fuera, de qué lado se encontraban, como daba el sol o hasta si eran habitables.
La elección recayó en Matavenero. Al principio, los colonos del pueblo se enfrentaron a mucha burocracia, sumado a un recibimiento no muy agradable por parte de los cazadores que solían frecuentar los bosques cercanos. Sin embargo, la persistencia de este grupo de personas formado principalmente por alemanes, austriacos, suizos y un estadounidense llevó a una situación en la que al fin lograron crear una agrupación electoral, sin banderas políticas, y se presentaron a las elecciones de 1991. Desde entonces, Matavenero y Poibueno son una Junta Vecinal legalmente constituida.
Tras solucionar problemas básicos como el del agua potable (suministrada por arroyos de montaña) o el suministro energético (principalmente a través de placas solares), la población creció. Crearon así una serie de negocios artesanales y agrícolas, que comerciaban con las ferias y mercados de los pueblos y ciudades cercanas).
Desde su recuperación como pueblo habitado, han nacido más de 40 niños, situación que conllevó a la creación de una escuela, donde estudian la mayoría de esos niños.
El pueblo no es de fácil acceso porque no hay carretera asfaltada. Tampoco todos los habitantes tienen coche. Para llegar hay que conducir por un caminito de ripio por la montaña, dejar el coche a unos cientos de metros y caminar hasta el pueblo por un espeso bosque.
La mayor particularidad que el viajero encuentra al llegar es que la mayoría de las cosas que uno habitualmente da por sentado no existe aquí. No hay carreteras, no hay iluminación, no hay recepción de teléfonos móviles, no hay bullicio. Aquí solo existe tranquilidad propia de la naturaleza y el trabajo duro de los viejos tiempos.
El pueblo cuenta con biblioteca, un ropero, un comedor comunal, una panadería y un bar. Matavenero tiene también un teleférico con el que se bajan los materiales y las compras.
¿Hippies o ecologistas?
El pueblo surge del espíritu del «Rainbow». Hippies a lo largo de los años que remendaban las antiguas cabañas de los mineros con madera y chapa para hacer viviendas. colocaron también tuberías de agua y construyeron retretes de abono.
En la actualidad esta comarca ecológica se conforma de casas pequeñas de madera y piedra, por las yurtas y carpas. Muchas de estas están construidas con diversos materiales y sus formas son irregulares. Cuando los viajeros llegan al pueblo, pueden alojarse en la cocina común, una habitación en ángulo con literas y una estufa, generalmente en mal estado. Cualquiera puede quedarse en el pueblo durante dos semanas. Pagando o no por la noche. Depende de cada uno. También puede pagar su estadía con trabajo, ayudando a los aldeanos en sus quehaceres cotidianos.
Si uno quiere extender su estadía tiene que encontrar alguien que lo tutele, un padrino o una madrina que testifique por ti y te tomara bajo su protección.
Si alguien quiere extenderse aún más e instalarse en el pueblo de forma permanente, el consejo del pueblo le asignará una residencia temporal y con la condición de permanecer todo un año completo. Si llegase a perdurar y la comunidad lo acepta, al cabo de un año obtiene una pequeña parcela en la que puede construir su casita o poner una tipi o yurta.
Lejos del centro, en el único nivel del pueblo detrás de los castaños, se encuentra un domo que llaman también DOM, donde se celebran las fiestas de pueblo, el lugar donde bailan y se relacionan.
Las casas se calientan con leña y comen lo que cultivan. Allí no suena el despertador por la mañana ni tampoco existe Alexa. El gallo canta a las 5 para indicar que es hora de levantarse. Cuando hay que transportar algo, no ayuda la carretilla elevadora, sino un burro. Como ya dije, la vida es más natural allí, pero también es más difícil.
Un viaje rápido al supermercado o comprar ropa es imposible. Hay que tomar un día para ello.
Vivir juntos en la aldea también significa decidir siempre todo por consenso. El Estado español se mantiene al margen de todo. No envía a un recolector de basura ni a nadie a instalar farolas. Por un lado, esto representa su libertad, pero por otro, están solos, tanto en verano, cuando el arroyo se seca, como en invierno, cuando se congela.
Esta aldea idílica de montaña, no encaja en absoluto en el siglo XXI. Aquí la vida es espartana, mientras que afuera puedes cumplir tus deseos con un solo clic.
Ahora bien, si profundiza en la vida de los pueblos se descubrirá que la digitalización no está totalmente ausente aquí, sino que progresa bastante más lentamente.
Desde hace unos años, el pueblo también tiene acceso a Internet. Tienen una pequeña sala donde hay wifi y todos los residentes pueden entrar allí y usar el wifi libremente. Por el acceso a la red pagan una cuota mensual de 5 euros. Esta es la única forma que permite a los habitantes entrar en contacto con el mundo exterior.
El interés del público por Matavenero crece cada año. Muchos de los que lo visitan son periodistas y simplemente viajeros curiosos.
Los turistas se mueven por el pueblo como si se tratase de un exótico museo al aire libre. Mientras tanto, se evidencia que los habitantes de Matavenero no son partidarios de este tipo de exhibición
El último Rastamariano
Los habitantes de los pueblos cercanos dicen que este pueblo no es el que era hace 30 años, que ha cambiado mucho. destacan principalmente que la gente de allí no está muy unida y que ya no tienen nada que ver con los hippies originales. La idea de Matavenero ha dado paso a un pueblo para aspirantes a hippies.
Durante mi visita al pueblo me encuentro con un hombre Mirus, que parece muy cercano a la ideología de Rainbow. Me invitó a su yurta donde sonaba música reggae. Era un agradable hombre de 52 años de origen polaco. Me contó que lleva 30 años viviendo en Matavenero y sigue creyendo en su ideología. Me invitó unas manzanas silvestres y tortitas con mermelada casera. Parecía cansado de vivir allí. Su sueño es crear un pueblo similar a éste, pero totalmente hippie como en los viejos tiempos.
Mirus es un hombre hospitalario y servicial. me dijo que si quisiera instalarme allí el puede ayudarme a construir una casa.
También conocí allí a una simpática mujer Austriaca, Anna de 60 años, que se instaló aquí hace 20 años con su compañero de la vida Uli, uno de los primeros colonos. Ellos también fueron muy amables.
Pero no todos los aldeanos son así. Algunos incluso parecen inaccesibles. Especialmente los más jóvenes.
Me fui de Matavenero con una sensación de que este lugar, llamado el último de su clase en España, tiene dos caras… Por un lado, la vida pura y dura de antes, la educación libre, las huertas orgánicas y el concepto de una eco aldea. Por otro, la aparentemente inevitable invasión de Internet, los niños de pocos años usando Tik Tok y mucha basura acumulada.
Matavenero es sin duda uno de los pueblos mejor situados que he visto, que pone en contraste al viajero con su constante lucha por mantener su herencia sobre las nuevas tendencias.