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Un viaje offline: el Tren Patagónico


Por Viaja Reite especial para Revista Latitud

Desconozco el motivo por el cual la gente viaja en este tren durante 18 horas ¿precio más barato? ¿vivir una experiencia? ¿reencontrarse con familiares? ¿trabajo? ¿puro romanticismo? Al menos tengo claro el mío. Por primera vez me subo a un tren, y es solo por vivenciarlo. Pero intuyo que para quienes nos acompañan, es solo un medio de transporte barato, no hay turistas, parecen locales que andan de mudanza con todos sus bártulos: ollas, colchones, frazadas.

Estábamos en la Patagonia haciendo un viaje en bici y se nos cruzó por la cabeza ir a pasar las fiestas con la familia, en un pueblito al sur de Córdoba, a dedo. Un amigo nos dijo ¿no pensaron en probar el tren? ¿Qué tren? De la idea de hacer dedo pasamos a la idea de subirnos a un tren que nos alejaría unos cuantos kilómetros del objetivo. Googleamos el precio, nos pareció accesible, y la verdad es que me gustó la idea de no tener wifi. De no pensar en las redes, en los post que tengo que hacer, en las historias diarias que habría que subir, en generar interacciones para alterar el algoritmo del señor Instagram, o en el SEO para tener más visualizaciones en YouTube. Al menos por casi un día. Viajar por viajar. Está decidido, nos vamos en tren.

Me la pasé leyendo. Tenía en la cabeza que solo terminaba libros en la playa, y en este viaje me terminé dos. Y escribí. Aunque si el tren no se hubiera movido tanto, quizá hubiera escrito más, pero mis manos no estaban demasiado firmes con el traqueteo de las ruedas. ¿Tiene ruedas? Sin embargo las palabras salían fáciles y sin ensayo. Tal vez fue la falta de Internet, ese distractor que espanta mi imaginación, y termino abriendo mil pestañas, haciendo todo y nada a la vez. Multi-task dicen que se llama ese problema.

El tren tiene varias paradas en el camino, pero dos son un poco más largas: a las 9 de la noche y a las 8 de la mañana, hora de la cena y del desayuno. Ya es hora, mi panza ruge y no podría dormir si no como algo. El tren se estaciona 20 minutos y salgo a ver si consigo algo para engañar el estómago. Unos palitos, unas papitas, algo que tenga un sabor salado distinto a las galletitas. Me empaché de tanto mate y harina. La estación de tren es bastante diferente a la de CDMX que te chocás con personas y con todo tipo de botanas: totopos, chalupas, cacahuates, palanquetas, y el infaltable taco. Acá no hay nadie. Es un pueblo silencioso.

Corro una cuadra. No hay quiosco. Me alejo del tren y corro como loca otra. ¿Y si me deja? No tengo celular ni dinero, ni sé dónde estoy. Tranquila Belu, no es tan terrible, Lucho se dará cuenta de tu ausencia y le dirá al maquinista que pare. ¡Belén, es un tren! ¿Cómo va a parar? Esta vez corro de regreso al tren, toda despatarrada como si me estuviera siguiendo una jauría de perros. No paro al verlo, sino hasta subir. Estoy a salvo y con un paquete de maní abajo del brazo. Tocan la campana y se despide el tren del desolado pueblo en el medio de la nada.

El tren está dividido en vagones: Pullman, un poco más caro, supongo que por tener asientos individuales reclinables como los de los buses, según lo que pude observar por una ventana que divide el vagón. Y clase económica, los nuestros, que tienen asientos de cuerina marrón y no se reclinan, pero al menos son algo acolchados. Me parece que es un sistema bastante antiguo, lo ví en películas. Es llamativo poder voltear el respaldar y quedar frente a frente con quien antes te daba la espalda. Pero esta falta de privacidad no sucede si no es con algún familiar.

Es caluroso el tren completo. Hay ventiladores de metal, pero van tan despacio que tiran aire tan caliente como aliento de los pasajeros. Y entra tierra por doquier, nunca vi tanta junta. Yo me resigno pero Lucho se sacude el hombro, los brazos, el pelo, las rodillas y el polvo vuelve al instante.

Hay un vagón que es el comedor. Nos echaban siempre a la hora de comer, porque los lugares era para quienes consumían, claro. Pero podíamos estar en cualquier otro momento. Dan almuerzo, cena y desayuno. Compartimos un café al amanecer y lo disfrutamos como si Colombia anunciara que no exportará mas café. Hay música tenue. Hay un aire acondicionado que no funciona. Hay cortinas naranja de tela. Hay mesas y sillas como las del colegio. Pasa un niño cantando chu-chu. El paisaje es árido y me duermo. Entre la música, los 60 km/h y el calor, me desplomo. Pero me está gustando la experiencia.

En el restaurante hay una pareja en la mesa de enfrente. Se trajeron la comida en un tupper y ya la tragaron. Pidieron un vino, les acercaron unas copas de vidrio (¡agárrenlas firmes muchachos!) y brindaron por sus primeros encuentros, así que parece que no son pareja aún. Pidieron hielo y brindaron de nuevo para que todo lo que se propongan, sea perfecto. Espero que el hielo les enfríe el vino. Y sus cuerpos.

En otra mesa se sentó un señor con su guitarra. Trajo papeles sueltos y una lapicera. Parece que quiere componer una canción, tal vez es una canción de amor. Lo veo en sus ojos vidriosos, pero se está muriendo de calor y creo que no puede concentrarse.

Afuera hay ovejas, pasto puna y un alambrado infinito. Hay un guanaco pataleando, colgado e intentando zafarse de él. Más adelante un esqueleto de guanaco. Y otro. Ruego que no tenga el mismo final. Pero ¿Quién lo podría ayudar si no hay nadie? Solo su fuerza bruta. Veo más ovejas. Cabritas. Mucha piedra. Arbustos más altos asomándose en un pequeño oasis en la nada misma. Agua, poca. Veo por la ventana a modo de un cuadro en movimiento pinceladas de verde seco, amarillo, marrón. Me estoy deshidratando de tanto pan, queso, galletitas y calor. Podríamos comprar algo en el restaurante si no estuviéramos en economía de guerra.

Llegamos a destino, nos sacudimos de pies a cabeza, guardamos nuestros cuadernos, y en ellos el recuerdo de haber cruzado de oeste a este nuestra extensa patagonia, esa más invisible, silenciosa, de la que menos se habla y no está explotada turísticamente. Esa Patagonia vacía, cruda, que te muestra los límites del ser humano y la fuerza arrasadora de la naturaleza.

Datos útiles si querés hacer el tren Patagónico:

*Recorrido: sale de Bariloche todos los domingos a las 17 horas y llega a Viedma a las 11:30 a.m. Y de Viedma a Bariloche sale los viernes a las 18 hs y llega los sábados 12:30 del mediodía.

*Precio: $2500 el trayecto completo en la clase económica, y $3300 en el Pullman. Lo sacamos con 2 días de anticipación desde la web del Tren Patagonico. Vale aclarar que cuando lo compramos acababa de reanudar el servicio después de 2 años de pandemia y tal vez ahora sea necesario sacarlo con más tiempo de anticipación.

*Comida: ofrecen el desayuno, almuerzo y cena, pero no está incluido con el boleto. Si querés ahorrar, podés llevarte tu comida. Hay 2 paradas de casi 20 minutos en pueblitos donde te podés bajar y comprar algo. También venden snacks arriba del tren. Algunos precios: $1500 menú completo (entrada, plato principal y postre), $500 desayuno completo, $250 un café con medialunas. Agua fría y caliente para el mate gratis.

La información de la página web está actualizada y en las oficinas de Bariloche atienden el teléfono para más información.

(294) 4423172.





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